Los paralelos con los Estados Unidos no son mera coincidencia. Reflejan la disminución de la militancia popular, así como la dominación de la política por la elite. La analogía, sin embargo, termina allí.
Los resultados fueron de suma importancia. Por primera vez en casi cincuenta años, una verdadera izquierda, las fuerzas populares restablecieronse en el panorama electoral, poniendo en peligro el poder del duopolio bipartidista que ha dominado la democracia de Chile después de Pinochet.
Por supuesto, las cosas podrían haber sido aún mejor. Tuviera el Partido Comunista (PCC) dado su apoyo al infante Frente Amplio (Frente Amplio, FA), el multimillonario de derecha y ex presidente, Sebastián Piñera, enfrentaría la candidata de la izquierda Beatriz Sánchez en el próximo desempate en lugar del centrista soporífero Alejandro Guillier.
Miopía Comunista no obstante, la elección representa un momento decisivo para la política chilena, rompiendo el bipartidismo de las élites que habían logrado contener las demandas desde abajo desde 1990.
El histórico
La dictadura de Pinochet estableció las instituciones partidistas y electorales de Chile que están ahora en desintegración. Y, desde el retorno a la democracia, la clase política del país ha defendido ellas, con la esperanza de prevenir permanentemente los desafíos de la clase trabajadora.
A finales del 1950, el sistema electoral de Chile caracterizabase por un patrón de «tres tercios». La izquierda (coaliciones de Allende ancladas en el movimiento obrero y los partidos Comunista y Socialista), el centro (los modernizantes Democratas Cristianos, partido fundado en 1957 y que solía lanzarse en chapas sin alianzas en las elecciones que disputaba), y la vieja, dura derecha (representada por los partidos oligárquicos que fundieronse en el Partido Nacional [PN]) más o menos dividían los votos en tres.
A menos que dos de estos grupos formasen una alianza – como cuando, bajo la amenaza de un movimiento anticapitalista ascendente, el PN respaldó el DC en 1964 para bloquear la victoria de Salvador Allende – ninguna fuerza política podría ganar incluso una pluralidad decisiva. Cuando Allende fue finalmente elegido en 1970, lo fue con sólo el 36 por ciento de los votos. A pesar de que estuvo cerca, su incapacidad para asegurar una mayoría abrió la puerta para la alianza de la elite de centro-derecha que introdujo el devastador golpe de 1973.
«Moderados» vieron esto como evidencia de los defectos de las instituciones electorales de Chile, con el argumento de que producen fragmentación con grandes riesgos que inevitablemente crea conflictos extra-institucionales. Desde entonces, han respaldado elsistema que es casi como «el ganador se lleva todo», que consagra la constitución autoritaria de Pinochet y que sobrevive en gran parte intacto.
Los proponentes argumentan que, para evitar la inestabilidad de los años 1960 y 1970, Chile necesitaba reglas electorales que promoviesen la formación de coaliciones y garanticen mayorías de voto. Cuando el retorno a la democracia fue negociado a finales de 1980, todos los partidos principales, incluido el Partido Socialista (PS) remodelado y sus derivados, aceptaron las nuevas reglas. Después de todo, la alianza que el anterior partido de Allende construyó con los DCs dio a los socialistas acceso al poder y todo el botín de la gobernanza «responsable».
Este arreglo institucionalista dejó las fuerzas populares desempoderadas. El sistema «escrutinio mayoritario uninominal» expulsó los Comunistas y interrumpió las campañas que movilizaban en oposición a la dictadura y sus políticas radicales de libre mercado. En resumen, el compromiso con las instituciones políticas estables representaba una aceptación de la inviolabilidad del gobierno oligárquico.
Algunos observadores atribuyen el gran avance de este año a la reforma electoral de la presidente del PS Michelle Bachelet, pero están exagerando los efectos de sus modestos cambios.
En muchos aspectos, las reformas fueron diseñadas para fortalecer el poder del centro. El nuevo sistema de distribución sigue formalmente el modelo de D’Hondt, que divide los escaños del Congreso según el resultado de voto promedio y por lo tanto, al menos en la teoría, permite más representación de terceros. Pero la legislación extendió sus escaños parlamentarios recién creados de forma que puedan mantener altos umbrales para representación significativa. Si no fuera por el colapso de la legitimidad partidaria, las coaliciones de centro-izquierda y centro-derecha podrían tener dominado el Congreso una vez más.
Pero estas formaciones comenzaron a perder su control sobre los votantes antes de las reformas electorales, con un resurgimiento de los movimientos de masas que sacudió el sistema de partidos pos autoritario. Si acaso, la legislación de Bachelet fue una concesión – uno que no fue ni casi el suficiente – a las movilizaciones que llevaron a un puñado de activistas estudiantiles radicales al Congreso en 2013, incluyendo la telegénica joven Comunista Camila Vallejo.
Junto con las reformas educativas y fiscales, el partido de Bachelet prometió cambios electorales a los nuevos sectores movilizados – y el Partido Comunista, en particular – a cambio de su apoyo.
En 2013, el PCC surgió del desierto del régimen neoliberal y se unió a la coalición Concertación, encabezada por DC y SP. Después de perder a la centro-derecha por primera vez desde la redemocratización en 2010, esta formación ampliada – ahora acuñada Nueva Mayoría (NM) –permitió a la centro-izquierda recuperar el poder.
Oligarcas del partido vieron el sello de aprobación Comunista como una forma de legitimar un paquete de reforma endosado por el negocio a los ojos de los sectores descontentos que el PCC había ayudado a conducir. Al hacerlo, sin embargo, se alejó una importante parte de los Democratas Cristianos.
Los votantes Comunistas y la mejora del resultado para el partido – gracias a su papel clave en el movimiento de masas de los estudiantes y el movimiento revitalizado de los mineros – ayudaron a empujar Bachelet de nuevo a la presidencia en 2013. Pero la maniobra fracturó la vieja Concertación y no pudo contener el creciente descontento.
Las reformas a favor del capital, junto con una serie de escándalos de corrupción, proveyó nueva evidencia de que esta coalición «progresista», comunistas y todo, gobernó en defensa de las élites en lugar de para la nueva mayoría promocionada. La izquierda independiente así ha logradoconstruir en su pequeña pero influyente presencia parlamentaria, extender su apoyo en sectores clave de la clase obrera revitalizada, y adquirir experiencia en el gobierno local.
Distanciándose de la aprobación Comunista de la agenda de Bachelet, Gabriel Boric y Giorgio Jackson, representantes en el Congreso y figuras claves de la Frente Amplio, destacaron las deficiencias de las reformas.
La comparación entre Jackson y Vallejo está diciendo: mientras que la segunda ha pegado firmemente con la alianza de su partido, el primer rompió públicamente con la Nueva Mayoría e insistió en las demandas originales del movimiento, ganando una enorme credibilidad de base para su partido y sus aliados radicales.
Desde sus púlpitos, Jackson y Boric guiaron una nueva generación de educadores de escuelas públicas, quienes, habiendo participado en las movilizaciones estudiantiles, pasáran a disputar la dirección Comunista ineficaz de su unión. La oposición constante de Jackson y Bórico a las reformas favorables al mercado de Bachelet prestó cobertura política y coherencia programática a un movimiento de masas emergente contra las pensiones privatizadas de Chile. Finalmente, después de una exitosa campaña de base, una coalición local ha elegido con éxito el miembro de Izquierda Autónoma y ex líder estudiantil Jorge Sharp como alcalde de Valparaíso, la tercera ciudad más grande del país.
A partir de estas posiciones de poder, la nueva izquierda independiente logró dos objetivos. En primer lugar, extendió sus ideales emancipatorios junto con un programa socialdemócrata concreto basado en una crítica de la naturaleza excluyente de la democracia chilena. Nuevas demandas surgieron del Parlamento, de las federaciones estudiantiles, de las asambleas laborales disidentes y de los movimientos para la desmercantilización de las provisiones sociales, con el tiempo conviertendose en una plataforma que exige la educación pública completa, sistema de salud universal y seguridad social, impuestos más agresivos para los ricos y los derechos de negociación colectiva de ámbito sectorial.
En segundo lugar, la nueva izquierda comenzó a unir grupos radicales y progresistas de la oposición. Estas incluyeron la antigua oposición verde y humanista, así como Nueva Democracia, fundada por el ex Comunista Cristián Cuevas, quien se ha cansado del apoyo de su antiguo partido para la neoliberal centro-izquierda. Aunque reuniendo a más de una docena de organizaciones aún relativamente precarias ha producido sus propias tensiones, el antineoliberal Frente Amplio llegó en enero de 2017.
El Frente aspiró ganar un punto de apoyo sólido en las elecciones nacionales y construir un eje en torno al cual los grupos de la gente pobre y un movimiento de trabajadores revitalizado podría unirse de manera más formal. Los resultados superaron incluso lo que sus partidarios más optimistas esperaban.
Su candidato presidencial, Beatriz Sánchez, ex presentadora de radio independiente, ganó una quinta parte de todos los votos válidos. Sus 1,34 millones superaron con gran diferencia lo que cualquier candidato de la izquierda se ha llevado desde el retorno a la democracia. La figura icónica Comunista Gladys Marín recibió sólo 225.000 votos totales en 1999; diez años más tarde, Jorge Arrate obtuvo 433.000 votos; Sánchez ha más que triplicado sus resultados impresionantes. Lo más importante, sin embargo, es que se quedó sólo dos puntos – sólo 150.000 votos – cortos de superar a Guillier de la Nueva Mayoría por un puesto en la elección secundaria del próximo mes.
El éxito de el FA también aparece en su actuación parlamentaria, donde ganó veinte escaños en la cámara baja. Para poner esta cifra en perspectiva, el Frente tiene siete representantes más que los decrépitos DCs y dos más que el PS de Bachelet, dos pilares del régimen pos autoritario.
En varios distritos centrales, urbanos, el FA llevo el segundo más alto porcentaje de votos. En un importante distrito de clase media de Santiago, ganó tres de los ocho puestos en juego. En Valparaíso, así como en Estación Central, de la clase obrera de Santiago, se eligió a dos miembros al Congreso.
Curiosamente, los Comunistas sólo aseguraron un asiento de este último distrito y ninguno en los anteriores, a pesar de que el partido había disfrutado de una presencia histórica en ambos. De hecho, el PCC solo tuve el mismo número de asientos de el FA en un solo distrito de la clase obrera de Santiago, e incluso allí, se llevó solo el 15,5 por ciento mientras que el Frente llevó 23 por ciento.
El 20 por ciento de lanzamiento del Frente Amplio es simplemente sin precedentes. Mientras que otros partidos terceros han tenido éxito en las últimas elecciones, esta es la primera vez desde la dictadura que una alianza arraigada en la movilización de masas y pidiendo reformas igualitarias alcanzó este nivel de apoyo público. Teniendo en cuenta que Allende ganó solamente el 5 por ciento en su primera candidatura en 1952, este resultado se parece más a la contienda de 1958, cuando ganó el 28 por ciento y la clase obrera llegó a la puerta del poder del Estado.
Si bien no hemos vuelto a la disposición de tres tercios y el FA no se acerca a la militancia, la organización o el desarrollo ideológico de el frente de Allende,, una cosa es ineludible: el sistema de partidos oligárquico y neoliberal de dos cabezas está en declive irreversible, y grupos que no son de la élite están una vez más luchando por el poder a nivel nacional.
El inepto/Los ineptos
La Nueva Mayoría no estaba sola en la mala interpretación del estado de ánimo general y del equilibrio real de fuerzas. Todas las encuestas principales exageraban el apoyo a Piñera y subestimaban Sánchez. Aunque el Frente mismo decía que «nunca se ha esperado tales resultados positivos», encuestadores parecían conspirar en su denegación de la capacidad del partido para conectarse con los votantes.
CADEM, quizás la más prestigiosa encuesta del país, esencialmente ha descartado Sánchez, prediciendo que Piñera podría ganar la primera fase en el acto. Sus encuestas mostraban el apoyo a Sánchez en caída libre desde el 26 por ciento en julio a un mero 12 por ciento en octubre; La tendencia de Piñera en el mismo período, de acuerdo con estos profesionales, se fue en la dirección opuesta, pasando de 38 a 45 por ciento.
Otra firma principal de encuestas de Chile, CEP, ha proyectado una distancia aún mayor entre los candidatos, con sólo el 8,5 por ciento de los votantes decididos supuestamente apoyando a Sánchez.
Por supuesto, tal como lo hicieron en los Estados Unidos, los encuestadores afirmaron haber malinterpretado las inclinaciones de los votantes indecisos y haber pasado por alto los votantes ocultos’. Pero lo que realmente han ignorado, mientras construían sesgos favorables a las empresas en sus métodos para promover el interés de patrocinadores corporativos, fue la creciente frustración y oposición en Chile.
La miopía de los expertos es alarmante aunque no sea sorprendente. Como Sánchez ha dicho, finalmente soltandose contra los forjadores de opinión pública que constantemente descalificaban a ella y su partido, «todos estos columnistas que llenan las páginas de los periódicos tienen ni idea de lo que sucede, no tienen ninguna pista sobre el Chile real.»
Si nos podría esperar de los encuestadores y periodistas la interiorización de la cultura y de los intereses de la élite, no podemos decir lo mismo sobre los Comunistas. El hecho de que se vincularon su suerte a la fundación en desmoronamiento del orden neoliberal de Chile es poco menos que sorprendente.
Ya a mediados de 2013, cuando el PCC traicionó el movimiento estudiantil y alióse con la Concertación, la coalición de centro-izquierda tenía menos de 15 por ciento de aprobación pública. En esta ocasión, con la campaña Guillier ya en marcha, la aprobación de NM cayó a la mitad de esa cifra miserable. Su ilusión de formar una nueva mayoría democrática y por la reforma dentro del régimen bipartidista dominante sólo es comparable a su capacidad para ignorar el potencial de reajuste real representado por el FA y sus movimientos constitutivos.
Después de décadas de marginación, el PCC vio la invitación para unirse a la coalición de centro-izquierda como un muy atrasado «asiento en la mesa». Él esperaba que podría utilizar su nueva participación en la Nueva Mayoria para promover las características más a la izquierda del programa de Bachelet. Cambiando su antigua inconsecuencia por una plataforma nacional visible, él creyó que podría dar el impulso adicional necesario para derrotar definitivamente el legado radicalmente a favor del mercado de Pinochet, todo mientras sostenía Bachelet a sus promesas de campaña «presionando desde dentro».
Pero el partido no predijo que, frente a la oposición de la coalición de centro-derecha de Piñera, sería inevitable encontrarse en la defensa de las versiones más suavizadas del paquete de reformas. Al final, el PCC no reconoció que la Concertación no era vehículo para derrotar el neoliberalismo. Como gerente del orden existente, la Concertación, y más tarde Nueva Mayoría, representan pilares del mismo régimen que debe ser anulada para derrotar el neoliberalismo en Chile.
Dicho esto, el afianzamiento Comunista en la coalición de centro-izquierda ha producido retornos innegables. Además de hacer el mensaje del partido atravesar un bloqueo mediático,amplió su presencia en el Congreso. Pero los ocho asientos que ganó la semana pasada – más que doblando su bancada – son solamente dos quintas partes de los que el Frente ganó.
Si hubiesen tenido menos trabas por la alianza de su partido, los candidatos Comunistas podrían haber galvanizado sentimientos populares y hecho aún mejor. Y si el PCC hubiera roto con NM, su apoyo a la FA habría entregado un golpe aún más fuerte que el duopolio neoliberal.
Los inciertos
Estas elecciones decisivas introducen una imprevisibilidad prometedora a la política chilena, especialmente en la izquierda. Apoyo para el Frente Amplio podría abrir nuevas vías para otras fuerzas de izquierda que se han visto obligados a permanecer en Nueva Mayoría como la única opción disponible. Los movimientos inmediatos del Frente serán decisivos.
Aunque es poco probable que el PCC siga el ejemplo de Cuevas, sus bases pueden hacerlo. Hay señales alentadoras de que los mineros, por ejemplo, continuarán a romper con el liderazgo Comunista y buscarán tácticas y el liderazgo local radicales independientes. Reconfiguraciones partidistas son más probables entre los socialistas. La viabilidad de el FA puede astillar el partido de Allende, liberando secciones de la dominación de su liderazgo neoliberal.
Los próximos pasos del Frente Amplio aún no están claros, pero sus señales iniciales son prometedores. Ahora en el centro de la política chilena, el FA debe decidir qué hacer en la segunda vuelta electoral. Hace dos semanas, Piñera parecía una apuesta segura, pero el 20 por ciento del Frente daría Guillier una oportunidad real.
NM ha lanzado una agresiva campaña para cortejar a los votantes de la FA. Afortunadamente, el Frente de forma inequívoca anunció que no negociará con Nueva Mayoría. Sus principales líderes – incluyendo Boric, Jackson, Sánchez, y Sharp – han declarado que van a seguir actuando como una oposición militante, sin importar quién gane.
NM está utilizando promesas y amenazas para ganar a los votantes del FA.
Cuando comenzó la ofensiva de Guillier, Sharp puso las expectativas patas arriba, invitando a los Comunistas a unirense a la lucha del Frente contra las pensiones y la educación privatizadas. La respuesta casi cómica llegó de inmediato: no sólo el PCC es totalmente compatible con el programa de reforma radical de la FA, pero la Nueva Mayoría en su totalidad, incluyendo los Democratas Cristianos, quería ganar la segunda vuelta, precisamente con el fin de promulgar estas mismas reformas. Como una señal a la izquierda, y al parecer sin ironía, Guillier nombró la Comunista Vallejo a un puesto clave en su equipo de campaña reorganizada.
Sin embargo, el FA no se movió, recordando que el candidato de NM falló en pasar estas reformas mientras que en el mandato. Así Guillier recurrió al chantaje. El Frente, según él,asumiría la responsabilidad si Piñera gana. Sin ntimidarse, los líderes del FA lanzaron la pelota de vuelta: si triunfa Piñera, NM sólo puede culpar a sí mismo. Para asegurar una victoria, la coalición de centro-izquierda debe convencer a los votantes independientes de izquierda que Guillier logrará sus reformas deseadas.
Sabiamente, el FA no ha dado nada a cambio de puestos ministeriales u otras ofertas. Ahora bien afirmado, está usando su influencia para obtener concesiones sin gastar capital político.
A diferencia de los Comunistas, el Frente Amplio será capaz de actuar de forma independiente y movilizar movimientos aliados, si y cuando el próximo gobierno no cumpla con sus promesas. El PCC eligió fortalecer el régimen bipartidista con el fin de ganar reformas, pero el FA parece comprometido con el fortalecimiento de los movimientos de masas con la esperanza de que van a hacer caer el régimen neoliberal.
Como Gonzalo Winter, un miembro del Movimiento Autonomista de Boric recién elegido al Congreso, puso:
Queremos transformar a Chile, no sólo ir y disfrutar de nosotros mismos en el Congreso. Como el Movimiento Autonomista, tenemos claro que ni los representantes del Congreso, ni presidentes cambian países, ni las ideas radicales solo; más la gente organizada, lista para tomar el control de sus vidas, para defender transformaciones y ideas radicales.
La última vez que fuerzas políticas tenían una posibilidad real de obtener un poder tan popular fue en 1973, antes del golpe que derrocó a Allende.